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Principio de precaución y medio ambiente (página 2)



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No debemos olvidar las formulaciones no recogidas
explícitamente en textos oficiales, aquéllas que
aunque no se plasmen necesariamente en esos textos son fruto del
trabajo
analítico de los investigadores que trabajan en el
principio de precaución. Esta clase de
formulaciones abunda, las más de las veces se trata de
aportaciones importantes, y cada una pone el acento en unos u
otros aspectos del principio. Por su carácter especialmente significativo vale
la pena citar la llamada Declaración de Wingspread
sobre el principio de precaución
. Dicha
declaración fue el resultado de una reunión que
tuvo lugar en enero de 1998 en Wingspread (Estado de
Winsconsin), en la que participaron científicos, filósofos, juristas y miembros de
asociaciones ecologistas de Estados Unidos y
Canadá. En ella se afirma que cuando una actividad hace
surgir amenazas de daño
para el medio ambiente
o la salud humana, se
deben tomar medidas de precaución incluso si no se han
establecido de manera completamente científica algunas
relaciones de causa-efecto
14.

LOS CONSTITUYENTES
BÁSICOS

El principio de precaución ha generado una
literatura
especializada que ha ido creciendo incesantemente en los
últimos años y que ha alcanzado ya proporciones
más que considerables. Se discuten en ella, a menudo con
prolijo detalle, los aspectos conceptuales del principio, la
adecuación de sus variadas formulaciones y, cada vez
más, el numeroso y heterogéneo conjunto de
derivaciones que presenta, políticas,
económicas, éticas, legales, etcétera. Por
descontado, en un artículo de las características
introductorias del presente no es posible hacerse eco de todas y
cada una de las dimensiones que cubre la
literatura15-17, a lo que hay que añadir las
frecuentes discusiones que sobre el principio surgen en foros no
académicos. Con todo, procuraremos transmitir en lo que
resta una idea suficiente de cuál es el sentido del
principio de precaución y de las razones por las cuales
resulta necesario implementarlo en las políticas
públicas ambientales, pero también de sus
limitaciones y, en particular, de los problemas que
su aplicación conlleva.

Si bien no existe un acuerdo unánime sobre todos
y cada uno de los elementos a incluir en el principio, sí
se da el suficiente como para asumir como mínimo que: 1.
Existe una amenaza de daño (o un «peligro» o
«riesgo»).
2. Esta amenaza se produce en una situación de
incertidumbre científica. 3. Ello trae consigo una
acción
para prevenir el daño o, en términos positivos,
para proteger el bien en cuestión (la salud, el medio
ambiente,
etc.). Esta caracterización es no obstante demasiado
sucinta y sobre todo queda lejos de sugerir el rico conjunto de
aportaciones que para la elucidación del principio se
vienen produciendo. Por ello, la ampliaremos con otros elementos
que se invocan a menudo, aunque los matices sobre los mismos
varíen o no obtengan una aceptación absoluta (tabla
2).

Algunos de los componentes citados en la tabla 2 son
suscritos por la inmensa mayoría de quienes de un modo u
otro trabajan con el principio (especialistas, autoridades
públicas, activistas, etc.). Por ejemplo, la inversión de la carga de la prueba. Otros,
en cambio, son
objeto de disputa, en especial los concernientes a la
relación entre principio de precaución y análisis y gestión de
riesgos (incluido el análisis coste-beneficio).
Así, pongamos por caso, en la previamente mencionada
Declaración de Wingspread se sostiene que los
enfoques habituales basados en la evaluación
de riesgos no han
logrado proteger de una forma adecuada la salud humana y el medio
ambiente. Se sugiere con ello que el principio de
precaución establece un marco de comprensión y
actuación muy distinto al de la evaluación y
gestión
del riesgo18,19. Este último ha sido
ampliamente criticado por abusar de unos planteamientos
tecnocráticos, los cuales son difíciles de disociar
de tomas de posición previa de tipo lisa y llanamente
político. Y lo que es peor: a menudo ocultan bajo un
ropaje técnico esas tomas de posición, cuando no
unas estrategias de
dudosa moralidad para
la imposición de decisiones. Sin embargo, a diferencia de
la Declaración de Wingspread, otras formulaciones conectan
directamente ambos conceptos (el de precaución y el de
riesgo) o, en otras palabras, abogan por un enfoque no tan
«rupturista», más conservador. Por ejemplo, en
la
Comunicación de la Comisión Europea sobre el
recurso al principio de precaución se acepta que la
aplicación del mismo tiene lugar cuando la
incertidumbre científica no permite una evaluación
completa del riesgo y cuando los responsables consideran que el
nivel elegido de protección del medio ambiente o de la
salud humana, animal o vegetal puede verse amenazado
. Pero
nótese que se habla de «evaluación
completa», no de imposibilidad de evaluación del
riesgo. Y a renglón seguido se afirma tajantemente: La
Comisión considera que las medidas de aplicación
del principio de precaución se inscriben en el marco
general del Análisis de Riesgos, y más
particularmente en la gestión del
riesgo
20.

 SIGNIFICADO Y VALOR DEL
PRINCIPIO

Llegados a este punto deberíamos preguntarnos las
razones para tomarse tantas molestias con el principio de
precaución o, en otros términos, cuál es su
auténtico significado y el valor que puede poseer para la
lucha contra los problemas
ambientales (en sentido amplio) que aquejan nuestro mundo. Se
ha sostenido que el principio de precaución nos prepara
mejor para afrontar los problemas complejos y globales que, cada
vez más, constituyen la nueva realidad de nuestro planeta.
¿Cómo sería ello posible? Pues empleando una
«nueva lógica»21, parte de la
cual queda recogida en las recomendaciones contenidas en la tabla
2. Se trataría ni más ni menos que de aplicarlas
todas o al menos un conjunto suficientemente relevante de las
mismas. Y en caso de error la principal ventaja del enfoque
basado en la precaución reside en el hecho de que siempre
se permitiría a las autoridades públicas
equivocarse en favor de la seguridad, lo
cual no es poca cosa cuando la magnitud del año puede ser
más que preocupante. La historia nos presenta un
negro listado de casos que podrían haberse evitado o al
menos paliado de haber adoptado con anterioridad un enfoque
basado en la precaución22.

Además el principio de precaución apunta a
una cuestión primordial acerca de la legitimidad con la
que las autoridades deciden sobre cuestiones que nos afectan a
todos. Como ha sugerido el filósofo Jean-Pierre Dupuy, el
problema fundamental planteado por el principio de
precaución no sería tanto el de la falta de
conocimientos como el de la falta de credibilidad (de los
expertos y los responsables públicos) ante el escenario de
una posible catástrofe23. El principio de
precaución constituiría una pieza importante a la
hora de proporcionar a la sociedad civil
una vía para exigir responsabilidades a los gobiernos y a
las industrias por
sus acciones,
dejar oír su voz en las cuestiones que les atañen y
«democratizar el
conocimiento experto». Planteando la cuestión en
los términos más amplios, se trata de mejorar las
políticas públicas tanto desde el punto de vista de
la efectividad y la eficiencia como,
repetimos, de su nivel de calidad
democrática24,25. La regulación de las
sustancias químicas26 o de los organismos
modificados genéticamente27 son asuntos que se
citan frecuentemente en este contexto, y este planteamiento
habría de aplicarse sin más demoras a las
nanotecnologías28.

El principio de precaución supone, por tanto, un
cambio de valores29,30 dando primacía al
respeto (por los
derechos de los
ciudadanos, las generaciones futuras y el entorno natural) y la
humildad (en lugar de la arrogancia que ha presidido
habitualmente las relaciones de los humanos con el mundo natural
y nuestras creencias en la posibilidad de una comprensión
y control
científico-tecnológico del mismo).

En un artículo de Bruno Latour, reputado
sociólogo de la ciencia y
de la tecnología, se hace una referencia
tangencial al significado del principio, la cual resulta a pesar
de su brevedad muy iluminadora31. Latour establece una
clara distinción entre la mediación
tecnológica y la moralidad. La tecnología moderna
opera «cerrando cajas», haciendo que los medios queden
ocultos a la vista, que las acciones y procesos se
automaticen, que los fines iniciales acaben coincidiendo con el
nuevo medio que acaba de emerger. Nada de ello ocurre con la
moralidad. En esta esfera nada queda encerrado en una caja negra
como algo en apariencia aproblemático, listo para ser
utilizado. Al contrario, la preocupación persiste, los
escrúpulos reaparecen, las cajas negras se abren
perennemente. En este contexto, continúa el autor, el
principio de precaución no significa sencillamente que no
debemos actuar hasta estar seguros sobre el
curso a seguir, pues tal visión del mismo nos
retrotraería de nuevo al ideal tradicional de dominio y
conocimiento.
Simplemente habría que esperar a obtener más o
mejores conocimientos. Pero la cuestión es que se espera
conocimiento sobre algo que por su propia naturaleza
escapa para siempre a un dominio completo. Ese «algo»
es, en el artículo citado, la tecnología, pero
podemos añadir nosotros: igualmente la naturaleza, y,
¿por qué no? la realidad toda. El significado del
principio de precaución reside entonces en lo contrario a
lo que aspira el enfoque tradicional de resolución de
problemas. Se trata de reconocer la imposibilidad de convertirlo
todo en una caja negra bien sellada. Nos pide mantener
constantemente la reversibilidad de lo que pretendíamos, a
toda costa, «empaquetar» (en una innovación perfectamente eficiente, en un
saber completamente cierto). La nueva forma de contemplar los
problemas la encontramos así en la noción de un
producto
reciclable, de un desarrollo
sostenible, de la trazabilidad de las operaciones
productivas. Igualmente en la preocupación por la
transparencia de las actuaciones y en la demanda de
responsabilidades.

LOS PROBLEMAS SUSCITADOS

Como se indicó en una sección anterior, se
plantean serios problemas de aplicación del principio de
precaución, problemas derivados tanto de la diversidad de
formulaciones cuanto de la interpretación que se efectúa de los
elementos que lo constituyen. La polémica acerca de
cuál es la mejor formulación del principio no es
una cuestión baladí, pues de dicha
formulación dependen directamente las consecuencias
prácticas, en particular las legales, de la
aplicación de dicho principio. Si bien el cuerpo
legislativo aumenta, se establecen directrices más
precisas y se cuenta ya con una experiencia significativa en el
empleo del
principio, continúan las dificultades derivadas de la
exigencia de tornarlo operativo32 y las
críticas contra su empleo33-35.

Se han elaborado líneas de respuesta para cada
una de estas críticas36. Hay que decir que
desde las primeras formulaciones y defensas del principio ha
pasado suficiente tiempo como
para que se haya precisado notablemente37 e incluso
desde hace años existen directrices oficiales para su
aplicación, como las de la citada comunicación de la Unión
Europea en el año 2000. Por cierto que los
desencuentros y las disputas entre los representantes de la
Unión Europea y los de los Estados Unidos en
relación al sentido y justificación del principio
se han convertido ya en algo
paradigmático38,39, siendo el episodio
más reciente el de las disputas ocasionadas por una nueva
regulación europea de las sustancias químicas,
denominada REACH (Registration, Evaluation and Authorisation
of Chemicals
). La reglamentación, que aboga
explícitamente por un enfoque precautorio, está
encontrando una respuesta airada entre numerosos representantes
de la industria y
responsables públicos estaudonidenses40. Sin
embargo, a pesar de declaraciones más o menos
rimbombantes, también hay que advertir las grandes
diferencias que con frecuencia se observan entre las
formulaciones teóricas del principio y las que se recogen
en los textos oficiales, por lo general más
«débiles», no digamos ya la distancia
existente entre la «letra» de los documentos y la
realidad de su aplicación (o falta de aplicación)
posterior. Además, distintas legislaciones basadas en
distintos enfoques del riesgo y la precaución, se
superponen en las legislaciones nacionales, europeas e
internacionales, dando lugar a una maraña de normativas
que en unos casos resultan complementarias pero en otros pueden
entrar en conflicto.

De cualquiera de las maneras es importante transmitir la
idea de que el principio no actúa como algo que coarta,
que paraliza, que frena la acción. Al contrario, genera
nuevas soluciones,
nuevas posibilidades, nuevas alternativas. En todo caso se
esgrime para intentar evitar aquello que, según los
indicios disponibles y los valores
compartidos, debe ser evitado.

La realización plena de una gobernanza
participativa encuentra numerosos y complicados
obstáculos, pues requiere amplios cambios en
términos de las prácticas profesionales e
institucionales actualmente existentes, así como el
desarrollo de
nuevos procedimientos
para compartir información, deliberar y alcanzar
acuerdos41. Los estudios sobre la respuesta, en
términos de políticas públicas, a enfermedades con presuntas
causas ambientales sugieren que la articulación de los
ciudadanos como movimiento
social sigue siendo, a la postre, más efectiva que la
evidencia científica disponible42. Al implicar
otra manera de pensar y actuar el principio de precaución
genera tensiones que se acrecientan por aplicarse con frecuencia
dos modelos
distintos43 que se superponen. Pero a pesar de todas
las críticas, problemas y resistencias,
lo que podría estar emergiendo ante nuestros ojos es todo
un nuevo paradigma para
la
administración y el gobierno de las
cuestiones ambientales, incluidas las repercusiones para la
seguridad, la salud y el bienestar de los seres
humanos44.

CONCLUSIONES

Los seres humanos estamos provocando un cambio global de
una escala
inconcebible hace tan sólo unos años. Algunas de
las transformaciones operadas en el planeta por causas
antropogénicas son ya sobradamente conocidas: el agujero
en la capa de ozono,
la alteración de los ciclos bioquímicos, el colapso
de las pesquerías, los compuestos sintéticos que
contaminan la vida animal y amenazan la salud de las personas y,
por supuesto, el cambio climático producido por la
emisión de gases de
efecto
invernadero. Surgen nuevas enfermedades, otras cambian sus
patrones, las epidemias se extienden debido a la movilidad
creciente de los individuos gracias a los medios de transporte
mejorados o a las presiones migratorias. Ahora bien, el hecho de
que algunos de estos fenómenos sean conocidos no significa
en modo alguno que resulte sencillo establecer con exactitud los
efectos resultantes de las interacciones entre múltiples
causas en un nivel sistémico. Sin mencionar que otros
fenómenos nuevos e inesperados surgen de tanto en tanto y
continuarán haciéndolo en el futuro, probablemente
a un ritmo acelerado, debido a que las actividades
tecnológicas que los causan aumentan en intensidad,
variedad y capacidad transformadora.

Las generaciones futuras se ven expuestas a asumir las
consecuencias, acaso terribles, de las decisiones equivocadas que
la presente está tomando a partir de modelos de
análisis y gestión limitados, cuando no simplemente
mal concebidos. Por tanto, viviendo como vivimos en una era de
riesgo, incertidumbre, indeterminación e ignorancia, donde
las repercusiones de las decisiones erróneas, del
egoísmo o de la negligencia desbordan los mecanismos de
control usuales, resulta una enorme irresponsabilidad no hacer
todos los esfuerzos posibles para operar un cambio en nuestras
prácticas, con objeto de que mejoren las perspectivas
futuras del bienestar y la supervivencia de nuestra especie y de
la Tierra en
su conjunto. El principio de precaución, sin ser una
panacea (que por lo demás no existen), es uno de los
nuevos instrumentos que han de utilizarse sensatamente a tal fin
antes de que la situación alcance unos extremos de
pesadilla. Por desgracia esta manera de expresarlo puede ser todo
menos retórica.

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José Manuel de Cózar Escalante
Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia.
Universidad de La
Laguna.

Correspondencia:
José Manuel de Cózar Escalante
Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia.
Universidad de La Laguna
Campus de Guajara, 38200 La Laguna, Tenerife, España

(*) La realización del presente trabajo ha sido
posible en parte gracias al proyecto de
investigación Protea (Protección ambiental y
calidad de la democracia),
subvencionado por la Dirección General de Investigación del Ministerio de Ciencia y
Tecnología (SEC2002-02760).

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